viernes, 11 de julio de 2008

De vacas!

Me escaparé de aquí sorpresivamente y me iré de rebelde sin causa... en realidad ya pedí permiso, hice mi trámite de vacaciones y me iré con mi familia e_eu xD te iré a molestar, Gerardo, muajajaja oOó

n,n


Beba, ma petite fille: me dio gusto haber hablado contigo ;_; te traeré un dulce de recuerdo... pero si te tardas mucho en venir tendré que comermelo yo u_u el sacrificio por los que queremos ante todo...

El otro chico que me firmaba hace rato que no lo veo o_o iré a molestarlo a su blog xP

Y al resto de los estudiantes: felices vacaciones! valoren las vacaciones escolares mientras pueden e_e en el trabajo en serio se vuelven un privilegio más que una obligación.

martes, 8 de julio de 2008

lol

chaaaaa... que dificil es visitar a alguien que conociste en internet, jajaja xD

Por eso yo decia antes: que weba, nunca lo voy a hacer

nunca digas nunca e_e

lunes, 7 de julio de 2008

-o-

Pues hoy ando de malas; no me gusta andar de malas xD de hecho hacía rato que no estaba así por periodos prolongados... aunque prefiero así que cuando estoy emo.

Ayer le platicaba a una amiga sobre mis deseos de ser guionista y ella cree que podría hacerlo, pues desde niña yo le hacía historietas... uhm.

Ahí va otra historia inventada.

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Eran días lluviosos. Coches y ambulancias se entorpecían el paso unos a otros por las calles; peatones corrían de lado a lado mientras consideraban seriamente prepararse mejor para el inestable clima. Las hojas de los árboles tapaban ocasionalmente las coladeras, por lo que provocaban ligeras inundaciones en la acera. Por fortuna esto no estaba del todo mal, pues cuando no llovía los pajarillos grises bajaban a enjuagar su plumaje abatido por la basura de los mismos árboles.

Pero la historia no se centra ahí, sino en uno de tantos edificios enegrecidos por la contaminación de los camiones: una oficina triste, blanquecina, recibía en su regazo a cientos de trabajadores diariamente. Las secretarias llegaban como siempre a servirse café recalentado de una cafetera vieja mientras se actualizaban en sus problemas y noticias de índole personal; un par de directores reían escandalosamente en un cubículo mientras hablaban de política, deportes o contactos laborales; los mensajeros llegaban corriendo a entregar oficios de supuesta urgencia. Los encargados de intendencia limpiaban una y otra vez el encharcado piso puesto en esas condiciones por los húmedos zapatos de aquellos que recién ingresaban al lugar.

Testigo de todo esto era una pequeña planta de sombra puesta en una maceta de barro en uno de los pasillos de la oficina, a modo de ornamento. Todos los días presenciaba la misma historia: la llegada de los trabajadores, charlas, regaños, sonidos de impresora, teléfonos de voz aguda clamando por ser contestados, movimientos de sillas, tecleos, entre otras cosas.

Día a día la planta cumplía una función: brindar un poco de vida a ese automatizado y sintético lugar, por lo que se esforzaba en mantener erguidas sus verdes hojas y mover con suavidad sus tallos en forma de arrullo con el paso de una corriente. A pesar de ello, los trabajadores apenas la notaban y la única persona que reparaba en su presencia era una joven chica encargada de hacer la limpieza; esta muchacha, madre soltera de tres niños y de condición humilde, todos los días sin excepción se acercaba a regar a la planta y a cortar los sobrantes secos, para darle más belleza; siempre pasaba primero por aquél lugar para asegurarse de que todo estuviera en orden y acto seguido se disponía a sacudir el resto de los muebles.

Un día, sin embargo, la chica hizo algo peculiar: antes de llegar al trabajo había tenido una grave disputa con un ex-novio, padre de uno de sus niños, por lo que llegó llorando silenciosamente al lugar; se inclinó frente a la planta, enjugó sus lágrimas y se dispuso a regarla, pero mientras lo hacía de sus labios surgió un leve murmullo.

-La vida no es justa luego, ¿no crees?

La planta se mantuvo ahí, silenciosa. La joven limpió su nariz con la manga del uniforme y siguió su monólogo.

-Todos los días me levanto antes que el sol porque hago de una a dos horas para llegar. Llego horas antes que los "patrones" y me voy mucho después, ¿y luego qué? ni un "gracias", ni un "hasta luego"; pasan siempre junto a mí como si no existiera.

La chica se levantó y dejó a un lado la cubeta con la que regaba la planta; hecho eso, sacó un trapo y comenzó a sacudir un mueble cercano.

-Algo así como tú- continuó la chica mientras limpiaba distraídamente.- Mírate: siempre estás ahí arrinconada y nadie te mira, pero apenas te secaras, de inmediato te cambiarían por otra, así "nomás". Entonces tú y yo somos iguales: igual de inservibles para nadien.

La muchacha entonces tomó la cubeta y se alejó a limpiar otros muebles, mientras dejaba a la planta sola.

Un poco más al rato hubo problemas en el lugar; desapareció un objeto de valor del escritorio de la secretaria del director, la cual tenía un romance con el jefe mismo, y la muchacha fue la principal inculpada por ser la encargada de limpiar esa zona. El jefe, con aire prepotente y déspota, se acercó a ella mientras siseaba con furia.

-¡Mugrosa "muerta de hambre"! Seguramente te lo robaste porque sabes que en tu condición jamás lograrás comprar algo así... ¡a menos que te alquiles de prostituta!

Dicho esto, el señor lanzó una tremenda bofetada al rostro de la chica, quien sólo respondió con un agudo murmullo y volteó la cara por la fuerza del golpe. Momentos después apareció la secretaria, dignamente vestida como una prostituta, a aclarar el problema.

-¡Ay perdón, Licenciado! Lo había cambiado de sitio, aquí está.

Hecho eso, el jefe le lanzó una sonrisa morbosa y volteó de nuevo hacia la muchacha, que hacía su mayor esfuerzo para no llorar; hecho eso, exclamó una violenta órden.

-¡Lárgate de mi vista!

La muchacha cumplió el mandato casi en cuanto fue decretado. A la mañana siguiente pidió su renuncia y ni siquiera volvió para despedirse de sus compañeros.

Los días comenzaron a transcurrir y la planta notó la ausencia de la chica más que nadie; la joven era la única que se preocupaba por regarla, y desde su partida ya ninguna persona lo hacía. En el lugar de la chica había un nuevo señor, quien le daba prioridad a otras cosas, menos a brindarle agua. Poco a poco se empezaban a acabar las reservas de nutrientes de su tierra, y en cuestión de días la planta se secaría y simplemente sería reemplazada por otra más, igual que la muchacha.

Entonces fue cuando sucedió algo extraño: la planta empezó a hacer crecer sus raices hacia el frente, con la intención de quebrar la maceta; día tras día lograba un leve avance hasta el grado que la maceta se comenzó a agrietar. Aunque las fuerzas y las reservas comenzaban a agotarse, la planta se mantenía en su papel.

Un buen día, se dio una noticia especial: el Director General, persona superior al jefe del área, iría a dar una revisada para notar el control del lugar. El jefe estaba más que emocionado, pues era su oportunidad para lucirse ante él y así convencerlo de promoverlo a una plaza mayor. El director llegó particularmente temprano con tal de recibir dignamente al Director General. Un par de horas más tarde, ambos caminaban tranquilamente por los pasillos, mientras el jefe mostraba la eficiencia de sus trabajadores y sus programas implantados. Constantemente le hacía halagos, los cuales el Director General recibía con indiferencia. Como última parada se encontraba el pasillo de la planta, justo antes de llegar a la oficina del director.

Aunque todos ahí habían estado ocupados terminando sus tareas , ninguno jamás notó la apariencia actual de la planta: sus hojas estaban muy deterioradas, al igual que la maceta, y los tallos comenzaban a encorvarse; pequeños hilos de tierra comenzaban a salir por las grietas de la maceta. Fue entonces cuando ambos jefes se disponían a pasar por ahí, lo que le dio a la planta una oportunidad de venganza, aparte de lograr su cometido.

Justo cuando pasaba el Director General al lado de la planta, la maceta de ésta se rompió en varios pedazos, dejando caer la tierra en sus finos zapatos recién comprados. La tierra se expandió rápidamente por la zona, mientras el jefe veía horrorizado la escena. De inmediato acudió a ayudar al Director General, quien se encontraba sorprendido.

-¡Señor! ¡Qué verguenza, señor!- dijo el director mientras se agachaba a intentar remover la tierra de sus zapatos, lo que le provocó que se enterrara en la palma derecha un pedazo de barro suelto. El jefe chilló de dolor ante esto.

-¡Saquen esa basura de aquí!- ordenó el jefe mientras seguía disculpándose con el Director por encontrarse sus finos zapatos y costoso traje cubiertos de mugre.

Un par de personas encargadas de la limpieza removieron con rapidez la tierra, los fragmentos de maceta y la planta misma y los desecharon en la basura. totalmente acostada sobre un monton de suciedad, el moribundo vegetal se disponía a secarse cuando un par de manos lo levantaron. La muchacha de intendencia había regresado al lugar para terminar sus trámites de renuncia, e iba de vuelta a casa cuando vio la planta al pasar y la reconoció. La examinó con detalle y vio su deterioro; después juntó un poco de tierra en una bolsa de plástico, metió la planta ahí, le puso un poco de agua y se fue en marcha hacia su casa con la planta en manos, dispuesta a replantarla en su hogar.

jueves, 3 de julio de 2008

La hoja de periódico

ayer fue un dia intenso de busqueda de contactos para enviarles spam... es decir! un correo electronico importante.

Mi mamá ya anda viendo que le autoricen sus vacaciones; después de la incapacidad parecería exagerado pero en realidad ni habrá tanto trabajo para cuando las pidamos. A ver qué pasa.



Ahi les va un cuento inventado :0

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Había una vez una hoja de periódico que se separó del machote que llevaba un repartidor en un día como todos los demás; la hoja se deslizó y cayó cerca de una banca de un parque. Un señor se acercó a levantarla para tratar de leer algún contenido interesante, pero al ser una simple hoja con información incompleta, la echó de nuevo con desprecio al suelo.

La hoja había perdido su función vital, en compañía de las demás hojas, para brindar los datos completos de una noticia; ahora sólo podía ofrecer la mitad de un reportaje, algunas gráficas aparentemente sin sentido e incluso la columna de un periodista rechazando la situación política actual.

Transcurrió el día y el sol brillaba en todo su esplendor en el parque; los niños corrían y gritaban mientras que los adultos compraban bebidas o helados para platicar de sus problemas cotidianos. La hoja, por su lado, era ocasionalmente pisoteada: primero por algún peatón despistado que debía llegar temprano a casa a visitar a su madre enferma; más al rato por algún adolescente enamorado que pensaba invitar a cierta persona a pasar el día juntos. Poco después algún niño con una bicicleta recién comprada e incluso un perro callejero que hurgaba en los rincones en busca de alguna sobra.

Conforme avanzaba el día, el sol empezó a ocultarse tímidamente ante un grupo de imponentes nubes grisáceas. Casi al momento comenzó a llover: las madres llamaban a gritos a sus pequeños, que parecían más extasiados que fastidiados por la lluvia. Un par de señores sacaron sus costosos paraguas mientras que un albañil, que había tenido un pésimo día laboral, corría para tomar el camión de regreso a casa mientras maldecía el tiempo. La hoja de periódico, mientras tanto, se limitaba a seguir en su lugar: las marcas de las pisadas y la tinta comenzaban a diluirse en el agua de lluvia, mientras que el papel comenzaba a reblandecer.

Un par de horas después la lluvia cesó: la hoja de periódico permaneció íntegra pero totalmente inservible: se encontraba ligeramente enlodada, la letra no podía leerse y sus gráficas eran mucho menos entendibles que antes. Posiblemente a la madrugada siguiente pasaría un barrendero y a final de cuentas la terminaría echando con el resto de la basura sin que hubiera podido cumplir una misión antes, como el resto de las hojas de periódico.

Mientras el suelo se secaba, un niño se acercó a la hoja de periódico semihúmeda y la levantó; la miró con detenimiento y probó su flexibilidad. Como vió que podía soportar ser doblada, en un momento empezó a hacer un barco de papel con ella y la dejó navegar en un charco semiprofundo creado por la lluvia. El niño impulsó levemente el barquito y lo contemplo dar una, dos, tres vueltas alrededor del charco antes de que su madre lo llamara para irse. El niño entonces se alejó corriendo mientras el barco permaneció ahí, navegando.

No se sabe qué fue de la hoja de papel: si el agua del charco la destrozó o si efectivamente llegó el barrendero y la tiró en la basura, pero es seguro que, si bien no pudo formar parte de un periódico, al final pudo ser un barco.